Los niños y jóvenes al proyectar su
vida en el espacio escolar, sea por primer vez o cuando renuevan su
matrícula, vivencian en su imaginario
unas expectativas; esperan muchas cosas
de dicha institución, de esos adultos que
tienen por oficio y profesión, la
docencia.
Y cada día que trascurre en la
escuela, se operan situaciones, relaciones,
conflictos, experiencias, que van dando (parcialmente) respuestas a esas
expectativas.
Más allá de lo que directivos y
educadores digan, los actos de la institución,
representados en todos sus agentes, son los que revelan el ser, la
realidad de la escuela. Lo que pone de manifiesto la verdadera faz de
directivos y profesores.
Dicho de otro modo, los chicos y
chicas, independientemente de la edad y el grado que hagan, saben que entre lo
que la institución dice de sí misma
y, la práctica que despliega en el día a
día, la credibilidad se la gana ésta última. Y de acuerdo con ello,
proceden. Y a ella se acomodan o adaptan.
En correspondencia con esa
dicotomía, los niños y jóvenes se la juegan…y responden de una manera parecida:
Aparentan, simulan, aprenden bien a mentir.
Mientras que paralelamente hacen su otra vida. De esa manera aprenden a
sobrevivir en este sistema.
Por eso, entre otras cosas, la
verdad es la que menos está presente en ese mundo sectorial. Y ella se
asocia, en los corrillos de los
educandos más rebeldes, con el reino de
la jerarquía que castiga. Y los que traten de servir a ésta, como sapos. Y es
que por lo general, la verdad, cuando se trata de lo que hacen los niños, e
incluso su versión verdadera acerca de uno u otro docente, es motivo de castigo. Un pésimo mensaje.
Los niños y jóvenes, por lo
general, en la escuela, no le conocen el rostro a la sinceridad en las personas
que actúan en nombre de la institución; lo que no excluye lo casuístico. Y la relación de los adultos (profesionales)
que trabajan en la escuela (hacia) con ellos, no es de escucha interesada. De
valoración de sus inquietudes. No es un
discurso que demuestra, que sea consistente. Que deje enseñanza, igualmente
consistente. Y no estoy refiriéndome a
la didáctica y discurso de la clase. Los niños y jóvenes desean más que una
consejería de los lugares comunes, más que “mamiterías”. Y un trato formal,
donde se les considere personas dignas, merecedora de respeto, con un discurso sustantivo, en torno a lo fundamental, pertinente.
Quizás por eso, los niños y
jóvenes no ven con buenos ojos los llamados a las instancias de dirección,
asociándolos con lo punitivo. Lo disciplinarista, coercitivo.
Directivos-docentes, otras
instancias y, los docentes tienen pendiente
desarrollar con los niños y jóvenes, una diferente e intensa relación de
sinceridad y sustancialidad, que construya confianza, afirme racionalidad y
razonabilidad.
Ramiro del Cristo Medina Pérez